Icono del sitio Pensando Relojes

Complicaciones relojeras como exhibicionismo técnico

Una de las primeras palabrejas que aprendes con orgullo cuando comienzas a interesarte por esto de los relojes es “complicación”. Una palabra que usamos cada día, pero que en el mundo de las agujas y coronas del tiempo tiene un significado con regusto a secreto compartido por los iniciados.

Pronto te das cuenta de que las complicaciones son algo así como los VIP de la relojería: destacadas, intrigantes y siempre empujando los límites establecidos. Pero, ¿dónde se separa la genialidad del simple alarde?

El universo de la relojería, ese escenario donde la precisión, la ingeniería y el arte se entrelazan, nos ha dado piezas de belleza y complejidad indiscutibles a lo largo de los siglos. Pero, como en cualquier ámbito que combina técnica y estética, surgen interrogantes: ¿Dónde se dibuja la línea entre lo funcional y lo meramente ostentoso? ¿Es realmente relevante mostrar con orgullo el turbillón que danza en nuestra muñeca, o es simplemente otra frívola manera de decir “mira lo que yo tengo y tú no” en una afición minoritaria?

Las complicaciones relojeras surgieron de una necesidad técnica. Por ejemplo, las fases lunares, que permiten saber cuánta luna será visible en nuestro cielo nocturno. O el cronógrafo, que ha sido una herramienta invaluable para quienes necesitaban medir el tiempo con precisión, desde pilotos hasta atletas. También está el calendario perpetuo, una complicación que ajusta automáticamente la fecha teniendo en cuenta los meses cortos y los años bisiestos, una maravilla para los obsesionados con la precisión calendárica. O el repetidor de minutos, que emite sonidos a intervalos específicos, permitiendo a los usuarios conocer la hora incluso sin mirar el reloj. Sin embargo, con el avance tecnológico y la omnipresencia de dispositivos digitales que pueden realizar estas funciones con un simple toque, estas complicaciones, aunque aún relevantes para algunos, se han convertido más en un signo de destreza técnica y exclusividad que en una herramienta diaria. Y recuerda que exclusividad se escribe con muchos signos de €uro. Si no me crees, fíjate en los ejemplos a continuación.

Un ejemplo más claro es el turbillón, esa maravilla mecánica concebida por Abraham-Louis Breguet en 1795 con un propósito claro: combatir las imperfecciones causadas por la gravedad en la marcha del reloj. Aunque su función era meramente técnica en sus orígenes, en el mundo contemporáneo, las casas relojeras han transformado y exaltado el turbillón, llevándolo a ser un símbolo de destreza y estatus. Por ejemplo, el Audemars Piguet Royal Oak Tourbillon Extra-Thin, que encarna a la perfección una fusión entre la robustez emblemática de la serie Royal Oak y la sofisticación del turbillón, todo en un diseño sutilmente delgado que une la delicadeza de un tourbillón en un perfil sorprendentemente sutil. Breguet, la casa que nos presentó esta complicación, no se queda atrás con el Classique Complications 3797, que combina un tourbillón con un dial artísticamente grabado y una indicación de reserva de marcha en forma retrógrada. Y, si buscamos algo verdaderamente innovador, el Jaeger-LeCoultre Master Grande Tradition Gyrotourbillon 3 es impresionante. No estamos hablando de un tourbillón ordinario, sino de un gyrotourbillon bidimensional que parece danzar con precisión y gracia. Por otro lado, el Richard Mille RM 19-01 Tourbillon Spider nos muestra que un tourbillón puede ser una declaración técnica y una obra de arte simultáneamente, integrando un encantador diseño arácnido. No puedo dejar de lado al Vacheron Constantin Patrimony Traditionnelle 14-Day Tourbillon, que aporta la elegancia de la línea Patrimony junto con un tourbillón y una asombrosa reserva de marcha de 14 días. Y, por supuesto, el Greubel Forsey Double Tourbillon 30° Technique, una pieza que redefine la maestría con un doble tourbillón inclinado a 30°.

Estas joyas horológicas demuestran que, si bien el turbillón ha estado con nosotros desde hace más de dos siglos, sigue siendo una plataforma para la innovación y el asombro en el mundo de la relojería. He citado verdaderas maravillas de la ingeniería y el lujo. Sin embargo, si nos detenemos a pensar, ¿cuántos de los actuales propietarios de un reloj con turbillón realmente enfrentan problemas de precisión reales debidos a la gravedad? La respuesta, aunque no nos guste admitirlo, es probablemente «no muchos».

Y ese es obviamente el tema, que el turbillón, con su encanto hipnótico y su movimiento casi danzante, se ha convertido en un símbolo de status en foros y secciones de comentarios, por no decir reuniones de aficionad@s. Es el equivalente relojero a los coches deportivos de alta gama que nunca ven una pista de carreras o a las prendas de alta costura que desfilan por la alfombra roja, pero que raramente se adaptarían a un contexto cotidiano.

Y no, no estoy diciendo que no haya un lugar para la exhibición o que no debamos apreciar el arte y la maestría que implican estas complicaciones. Pero hay algo que decir sobre la autenticidad, sobre poseer y valorar un objeto no solo por su apariencia o por el estatus que confiere, sino por su función y su historia.

«¿De verdad te hace falta enseñarme TANTO el turbillón?». Este tipo de preguntas, aunque no se verbalicen a menudo, están en la mente de muchos aficionados a la relojería. No se trata de menospreciar a quien posee una joya mecánica en la muñeca, sino de reflexionar, una vez más, como cuando hablábamos de los diver de escritorio, sobre la justificación, ante nosotr@s mism@s, de nuestras elecciones y lo que valoramos realmente en un reloj.

Cada reloj realiza una misión particular; para algunos, actúa como un preciso cronometrador que guía nuestras jornadas, para otros, se convierte en el copiloto silente de nuestras aventuras diarias. A veces, su función trasciende la precisión mecánica, y es un puente a memorias de seres queridos que ya no cuentan segundos a nuestro lado. Sabemos que, más que un simple instrumento de tiempo, un reloj encapsula historias, emociones y significados que van más allá de su construcción o valor material.

La próxima vez que nos encontremos admirando un reloj con complicaciones fascinantes, preguntémonos: ¿lo quiero por lo que es o por lo que representa? Atención, porque esta es una lucha personal de un servidor contra el “postureo relojil”: en una era de exhibicionismo en redes sociales y ostentación constante, quizás sea el momento de reevaluar lo que realmente valoramos y buscar aquello que resuene con nuestra verdadera esencia y no solo con la imagen que deseamos proyectar. O declarar que nos gustan los turbillones porque son una pasada técnica y estética, que también vale.

En resumen, las complicaciones relojeras son, sin duda, un testimonio del ingenio humano y de la pasión por el detalle y la precisión. Pero, como cualquier forma de arte o técnica, su verdadero valor reside en el ojo (o en este caso, la muñeca) del observador. Seamos auténticos en nuestras elecciones y apreciemos los relojes no solo por su estatus o su precio, sino por su historia, su función y la maestría que los creó.

Salir de la versión móvil